Por Javier Correa Correa
No daré cifras, pues estas deshumanizan. Solo una referencia: son miles y miles las personas muertas, heridas, desaparecidas, desplazadas en Afganistán, Burkina Faso, Irak, Myanmar, Nigeria, Pakistán, Palestina, República Centroafricana, República Democrática del Congo, Siria, Somalia, Sudán, Sur Sudán, Ucrania, Yemen…
Algunos conflictos son guerras y otros son genocidios, masacres, “limpieza étnica”, borrar la historia, la cultura y hasta los mapas.
La vaina es que hay personas que todavía creen que en las guerras alguien gana y alguien pierde, pero en realidad todos perdemos, es increíble e inaceptable que Putin o Netanyahu, por ejemplo, reclamen que han ganado con las masacres. Pero corrijo, pues sí hay ganadores: los fabricantes y comerciantes de armas, desde las de más bajo calibre hasta las más sofisticadas, como las que ahora llaman, por ejemplo, bombas “inteligentes”. Y ganan también los que se roban territorios ricos en recursos naturales, sin importarles el sufrimiento de quienes allí viven e incluso los esclavizan, como es historia en la humanidad, desde las antiguas China y Roma, pasando por España, Portugal, Francia e Inglaterra en lo que eufemísticamente llaman colonias.
¡Qué pena!
Ecocidios
El más grande pulmón del mundo es la Amazonía, con selvas y ríos trepidantes que despliegan la vida formada por animales diminutos y gigantes, por savias de planticas y árboles que quisieran alcanzar el cielo, por mínimas gotas de rocío, o por caudales indómitos que atraviesan medio continente del sur de América y se internan unos 160 kilómetros en el océano.
Resulta que a un presidente ganadero le dio por permitir incendios forestales en la Amazonía para ampliar los límites de las fincas para que las vacas pudieran pastar tranquilas, ignorantes –ellas sí– de su situación, pues seguro se sienten seguras pero en realidad su destino son los mataderos para que Brasil exporte más carne en canal.
Otros igual de bandidos hacen quemas de pequeños bosques para ampliar las cotas de los cerros tutelares de las ciudades, a fin de sembrar casas y edificios desde los cuales divisar con romántica ternura los terrenos planos que se despliegan a sus pies. Desde arriba se ve todo más bonito, como si se tratara de ángeles protectores. Aunque en realidad no sean ni ángeles ni protectores sino destructores cuyo objetivo sea el lucro.
¡Qué pena!
Violencia atávica
Una de las herencias de esos imperios llenos de testosterona es el machismo que se ensaña con los más débiles. Y las mujeres dizque son el “sexo débil”, que han sido utilizadas y violentadas no solo dentro de los “hogares” sino fuera de ellos. Hasta en las calles, los “machos” demuestran su supuesta hombría con golpes, ácido en las caras, asesinatos de los de antes o decapitaciones a la luz del día. Ya van tres mujeres decapitadas en la última semana, pues es la pena de muerte de moda.
Pero no solamente mujeres, sino hijos e hijas y nietos y nietas y sobrinos y sobrinas y vecinos y vecinas que no pueden defenderse y son convertidos en víctimas de abusos sexuales que los agresores en muchas ocasiones ni siquiera tratan de ocultar, pues eso les permite hasta presumir de esa supuesta hombría. Algunos pocos son capturados y llevados a cárceles de máxima seguridad, como un tipo de “buena familia” que se ensañó, como los demás, con una niña indefensa –como todas– y a la que trató de desaparecer mientras bajaba la marea mediática. Los condenados, como ese ser vergonzoso, son menos del 17 por ciento de los agresores.
Los violentos sicológicos, físicos o sexuales se esfuerzan por aplicar métodos que no dejen huellas para poder seguir su senda criminal. El martes 20 de febrero de 2024, en el Congreso de la República se discutió un proyecto de ley para defender a las mujeres y sus hijos e hijas víctimas de las violencias. Un “honorable” senador explicó que votó en contra para defender a los “hombres, niños y otros grupos minoritarios”. Las primeras comillas son sarcásticas; las segundas corresponden a una cita textual de lo que el tipo dijo. Sin más comentarios.
¡Qué pena!
El día siguiente
El panorama anterior, del que menciono apenas tres puntos, es terrible. Le haría pensar a cualquiera que para qué traer más hijos a este mundo que duró miles de millones de años en formarse y en menos de un siglo se ha autodestruido a ritmos impresionantes. Corrijo: no es el mundo el que se autodestruye, sino que es la especie más “inteligente”, la de los seres humanos, la que lo destruye.
Para qué quedarse entonces aquí, en un día a día sin día siguiente. ¿O será que sí lo hay? Nos debatimos entre una distopía y una utopía, la primera de las cuales es una “Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”, mientras que la utopía es la “Representación imaginativa de una sociedad futura de características favorecedoras del bien humano”, como asegura una vetusta academia de la lengua.
Siempre he sido un optimista, esto es, alguien con “Propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable”. A pesar de todo, soy optimista por las presentes y futuras generaciones, por la supervivencia del ser humano del que hoy, más que antes, me avergüenzo.
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